Miedos
¡No!
Ahí está otra vez esa horripilante criatura sobre el alfeizar de la ventana, mirándome con esos sanguinarios ojos. ¿Qué quieres de mí? ¿Acaso has venido a
matarme? Un terror paralizante se apodera de mi cuerpo. No puedo más que esconderme
entre las sabanas de mi cama y esperar a que esa cosa se vaya. Sé muy bien que
no se va a ir, es un engendro de la noche, sediento de sangre y ha encontrado
su festín. Todo es silencio, solo se oye las ramitas de los árboles golpear mi
ventana. Me armo de valor con la esperanza de que ya no esté. Aparto las mantas
de mi cara con cuidado, muy despacio. Y ahí siguen esos enormes y brillantes
ojos verdes, esas endemoniadas pupilas rasgadas. ¡Oh! ¿Y qué me dices de ese
detestable pelaje negro azabache? En mi cabeza resuenan las palabras de mi
sabia madre: - Si un gato negro te encuentras alguna vez, huye y no mires
atrás, pues es el siervo del demonio. Le hago caso, salgo despavorido de mi
habitación. Bajo las escaleras raudo y escucho a mi espalda un maullido
aterrador. Giro la cabeza y veo que esa cosa me sigue, me tropiezo y ruedo por
los peldaños. Un segundo maullido me alerta, me levanto de inmediato y cruzo la
carretera. Dos luces brillantes se precipitan hacia mí con gran
velocidad y de pronto escucho un fuerte: ¡CRASH! Y veo la rueda del coche, el
acelerador. Siento que mi corazón bombea más lento, que la vida se me escapa de
las manos y entonces veo un túnel largo y oscuro. Noto como mi luz se aleja por
ese túnel y me apago.
Que el miedo no te ciegue, mira siempre al cruzar.
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